Casi emparentado con las editoriales anteriores, donde hablamos en cuatro ediciones del tema tan en boga de la armonización oro facial, desarrollaremos brevemente y haciendo hincapié en un tipo de trastorno que se puede presentar en nuestra actividad, pero que en todo aquello que constituya un factor relacionando con la estética probablemente esté más a la vista y debería ser tenido en cuenta.
Seguramente la mayoría de los colegas desconoce, al menos en profundidad, las características del dismorfismo, sobre todo porque si bien es una patología relativamente reciente y seguramente estudiada hace no más de treinta o cuarenta años, también la misma tiene mucho que ver con aquellas características que van tomando la sociedades occidentales en los tiempos que transcurren.
Tiempos a los cuales ya hemos calificado como la etapa de la posmodernidad, enraizada en un individualismo feroz, donde lo joven y bello tiene prevalencia, donde los adultos mayores pueden ser calificados infelizmente como de “viejos meados”, sin ningún tipo de sonrojo y dejando entrever para que lado se inclina el fiel de la balanza de los valores ciudadanos.
Un mundo donde la vejez es casi tratada como una enfermedad, y el ser joven es considerado como una virtud, ya que los valores que se anidan más allá de las apariencias y solían ser más profundos, se diluyen al ritmo de Franco Colapinto ante una sociedad fagocitadora de un hedonismo atroz.
El tema en cuestión está especialmente dirigido a los profesionales que realizan la AOF, como para aquellos colegas que hacen de la estética dental una modalidad de preferencia en el ejercicio de nuestra actividad, vamos a ver como este tipo de pacientes que brevemente intentaremos describir son potencialmente más frecuentes encontrarlos en esas consultas, ya que los territorios que abordan están dentro de los porcentajes más altos de defectos que consideran como dispuestos a resolver.
El dismorfismo, más conocido científicamente como trastorno dismórfico corporal (TDC) y anteriormente denominado dismorfofobia, es un trastorno obsesivo que consiste en una preocupación desmedida por algún defecto, algunas veces cierto, pero muchas más imaginadas y percibidas en las características físicas propias.
Dichos defectos suelen ser mínimos o inexistentes, pero la preocupación y ansiedad experimentada por las personas que lo padecen resulta ser excesiva, ya que lo perciben de un modo exagerado.
La persona en cuestión puede quejarse de uno o varios defectos, de algunas características vagas, o de su aspecto en general, generándose un malestar psicológico significativo que deteriora su desempeño social o laboral, hasta el punto en algunos casos de manifestar síntomas depresivos graves.
Se estima que entre el 1 y el 2 % de la población mundial reúnen los criterios diagnósticos propios del TDC.
Las causas del TDC resultan ser una combinación de factores biológicos, psicológicos y ambientales de su pasado o presente. El inicio de los síntomas generalmente ocurre en la adolescencia o en la edad adulta temprana, donde comienzan la mayoría de las críticas personales relacionadas con la imagen corporal.
Afecta a hombres y mujeres por igual, pero tal vez como suele suceder son las mujeres las que más concurren a la consulta para la solución de su supuesto defecto.
El trastorno provoca deterioro en la calidad de vida y suele dar co-morbilidad con el trastorno depresivo mayor y la fobia social. Los casos extremos de TDC pueden ser considerados factores de riesgo para el suicidio. La mayoría de los casos de TDC son tratados con intervención psiquiátrica o psicológica.
El trastorno dismórfico corporal suele ser de curso crónico, y los síntomas tienden a persistir o empeorar con el tiempo si no se tratan. Los afectados por TDC lo padecen durante muchos años, antes de decidirse a buscar ayuda psicológica o psiquiátrica.
El TDC es un trastorno mental que genera una imagen distorsionada del propio cuerpo, generalmente se diagnostica a aquellas personas que son extremadamente críticas de su apariencia o imagen corporal, a pesar del hecho de no tener un defecto o deformación objetiva que lo justifique.
Sin embargo, el TDC puede implicar un defecto real que en la mayoría de los casos es leve, pero el afectado lo sufre por estar constantemente obsesionado con él. Las personas con TDC comentan que desearían cambiar o mejorar algún aspecto de su apariencia física, aunque en general ellos tienen una apariencia normal o incluso pueden ser altamente atractivos.
En los casos graves los enfermos creen que son tan indescriptiblemente horribles que no son capaces de interactuar con otras personas o funcionar normalmente por miedo al ridículo y la humillación por su apariencia. Esto puede hacer que con frecuencia las personas con este trastorno se recluyan o tengan problemas en situaciones sociales por miedo a ser rechazados o criticados por su fealdad.
En muchos casos evitan mirarse en el espejo, en otros pueden hacer todo lo contrario, mirarse excesiva y compulsivamente en el espejo, analizando y criticando todos sus defectos.
Esta obsesión por su apariencia física les ocupa generalmente una hora diaria o más y en casos graves lleva a la disminución del contacto social, e incumplimiento de sus responsabilidades diarias.
Las principales obsesiones son con la piel, cara, genitales, arrugas, dientes, pecho, nalgas, cicatrices, asimetría facial, pelo, vello facial, labios, nariz, ojos, cabeza, muslos, piernas, abdomen, orejas, barbilla, etc.
En una investigación llevada a cabo con la participación de más de 500 pacientes, se porcentualizó las áreas corporales objeto de la preocupación, más comunes: Piel (73%), Cabello (56%), Peso (55%), Nariz (37%), Senos/pecho/pezones (21%), Dientes (20%), Rasgos faciales (en general) (14%), Cara tamaño/forma (12%), Labios (12%), Boca (6%), Mandíbula (6%), entre varios más.
Toda esta extensa y profunda introducción se realizó a los efectos de tener claramente establecido, que alguno de estos tipos de pacientes se puede presentar en nuestro consultorio.
Además teniendo en cuenta que en las editoriales anteriores hemos hablado en extenso del tema de la armonización oro facial, presintiendo que precisamente ahí es donde con más frecuencia se pueden dar este tipo de casos, ante los cuales el profesional debe y tiene la obligación de saber cómo se debe actuar.
Ahí es donde deben aparecer los límites éticos, que tiene cualquier actividad y por ende también nuestra profesión, expresado en sus orígenes por el juramento hipocrático y regulado más adelante por el código de ética del Colegio de Odontólogos en sus artículos 5, 6 y 7 especialmente.
El profesional debe saber cómo actuar en estos casos, ya que antes que la supuesta patología a tratar, existe algo más profundo en la base de la consulta, que por lo tanto requiere la debida atención.
Además de sugerir sutilmente y en primer lugar como corresponde los caminos más aptos para resolver la patología de fondo, sabiendo que la realización de las prácticas no va a ser la solución por dos simples motivos, primero porque muchas veces no lo necesita y luego porque la disconformidad frente a los tratamientos realizados, es un patrón común en este tipo de pacientes, generalmente nunca quedan conformes.
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